Hemos Comido…en este lugar alojado en una casona del siglo XVIII muy bien conservada. Está rodeada por un jardín de 4000 metros cuadrados, cercado por un muro de piedra, un paraíso ideal para aislarse del mundo.

Dentro del jardin destacan un magnolio de más de 200 años, avellanos, una camelia muy antigua y unas campanillas blancas. La hostería es un adorable recuerdo del siglo XVIII que conserva todo su explendor. Porque comer en el campo puede ser la experiencia más refinada del mundo ya que en este establecimiento no se escatiman lujos tales como crestalería de Bohemia, cubertería de plata, manteles de hilo, etc. El jefe de cocina Rufino Castañeda y su equipo sorprende por su creatividad. Éste pone a su disposición una amplia carta muy elaborada basada en productos de temporada, con exquisiteces como langostinos con dátiles o lubina con almendra tierna y vinagre de sidra. La repostería esta a cargo del joven cocinero Raúl Castañeda que pone el broche final a una excelente comida.

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Hace dias tuve la suerte de que me invitaran a comer en este restaurante y lo cierto es que quedé encantada con la experiencia. El establecimiento es un lujazo y la comida un placer. Como éramos ocho personas a comer tuve la oportunidad de probar varios platos como entrantes: chupa -chups de foie con cereza, queso fresco con crema de bacalao y cigala, y ensalada de bogabante (también conocido en Cantabria con el nombre de oyocántaro). Yo de segundo tomé el solomillo al oporto con verduras crujientes. De postre el helado de queso con frambruesas. He de decir que todo lo que tomé me gustó muchisimo, sin peros. El servicio de lo más correcto. Sobre lo que no puedo opinar es el precio, ya que era una invitación, pero ese misterio lo desvelaré a no mucho tardar porque espero volver en breve.

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