Esta definición nos la encontramos en el diccionario, pero no está completa, ni mucho menos. La vendimia son los preparativos, el poner de acuerdo a personas y voluntades.
Os cuento mi vendimia 2015.
Una pareja de amigos que elaboran vino bajo el sello Vino de la Costa de Cantabria, a pesar de estar a 463 metros sobre el nivel del mar y a 45 km de la playa, en Castillo Pedroso, tuvieron la gentileza de invitarnos a vendimiar este pasado septiembre.
Se lo propuse a unos alumnos de las Carolinas y nos juntamos nueve amigos que, a medida que se acercaba el día, nos íbamos poniendo nerviosos. Queríamos hacerlo bien, ya que para nosotros era nuestra primera experiencia en estas lides.
Buscamos una furgoneta prestada por nuestros amigos de la Citroën de Auto Gomas, que tenía las plazas justas para subir todos en esta aventura. A pesar del madrugón; hay que aprovechar la luz del sol lo más posible, alguno de ellos iba cantando y contando chistes.
A las ocho de la mañana estábamos al pie de la bodega Sel D’aiz, delante de una mesa repleta de tijeras alineadas a la perfección, junto con una caja de guantes de látex. El ímpetu con el cogimos las tijeras tan solo se podía comparar con el que las dejamos al final de la jornada.
Asier nos dio las instrucciones precisas para no cortarnos y para seleccionar la uva en el propio viñedo.
Un día espectacular, sol radiante, nada de frío, muchas cepas por delante, ilusión y risas; muchas risas.
Nos tocó Riesling, variedad de uva blanca originaria de Alemania, considerada una de las “nobles”, venerada allá donde viaja. De racimos extremadamente pequeños y frágiles, dorados como el oro.
Sostener este racimo minúsculo sobre la palma de la mano, con mimo, con cuidado infinito; ver su color amarillo dorado con reflejos brillantes casi cegadores; sentir al tacto la suavidad de la piel de sus pequeñas uvas; notar cómo poco a poco se impregna tu mano del azúcar empalagoso que algunos granos aventajados no podían aguantar y…
Zas, un corte certero con la tijera separa inexorablemente el racimo de sus orígenes para unirlo con su destino, el añorado vino.
Con la punta de la tijera hemos ido quitando las uvas que no cumplían con los requisitos de calidad que tanto Asier como Miriam, sí con M, nos habían indicado. Arduo, duro trabajo el hacer de peluquero en la vendimia. Muchos granos quedaban atrás, para formar parte como abono de la tierra donde habían nacido.
Costaba tiempo y esfuerzo llenar una caja de apenas doce kilos que rápidamente se llevaba el pequeño tractor hasta el camión frigorífico, donde el frío ralentiza el apetito de las levaduras, esperando pacientes poder entrar en la bodega.
Paramos a comer, beber y recuperar los chistes y las risas para recargar pilas y seguir vendimiando esas maravillosas uvas.
Al finalizar el día, coger de nuevo la furgoneta y emprender el viaje de regreso, teníamos todos una mezcla de sentimientos; por un lado el deber cumplido; de otro la inevitable sensación de poder haber hecho más, de recoger más kilos.
Pero esas sensaciones dieron paso enseguida a un soporífero sueño que me dejó sin cánticos y sin chistes el camino de regreso.
Estamos seguros que esas uvas de raro nombre, Riesling, hará las delicias de muchos de nosotros que ya estamos impacientes por catar.
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Salud.
Por Alfonso Fraile