Los restos arqueológicos de la época cartaginesa en Iberia revelan la importancia de la viticultura entre los siglos V y III AC.

En el yacimiento del castillo de Doña Blanca del Cerro de San Cristóbal (Puerto de Santa María-Cádiz), en los estratos correspondientes al s. IV A.C., se encontró un lagar con cubetas para el pisado de uva y fermentación del mosto, restos de una prensa y almacenes para ánforas de vino.

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Lagar del siglo IV o III a. C.

Así mismo, en los yacimientos de la Casa de Tejada la Vieja y de la villa agrícola de Cerro de la Media Naranja (Jerez de la Frontera-Cádiz), datados en los siglos IV y III A.C., se descubrieron restos de prensa y ánforas para vino (Hidalgo, 2003).

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Casa de Tejada la Vieja

Por esta época, los pueblos del norte peninsular: galaicos, astures, cántabros y vascones no habían experimentado todavía cambios importantes en sus modos de vida. Su organización económica era muy primitiva y se basaba en la ganadería y en la recolección de alimentos.

La agricultura estaba poco desarrollada y cultivaban pequeñas parcelas de cereales que dedicaban a la fabricación de cerveza. Desconocían el cultivo de la vid (Teja, 1981). No será hasta la colonización romana cuando se incorporen a la política económica del Imperio, que reservaba un papel destacado a la producción agraria de cereales, vino y aceite junto a la explotación minera de metales, incluidos el oro y la plata.

Podemos afirmar, por tanto que, aparte de la primitiva elaboración vinícola indígena (3000-2000 AC), los fenicios y los griegos introdujeron y difundieron el cultivo de la vid en la Península Ibérica (s. IX – III AC) tal y como lo conocemos hoy día.

La presencia de los romanos en la Península fue consecuencia de la pugna entre las dos grandes potencias mediterráneas: Cartago, que controlaba el comercio marítimo y Roma que disputaba la hegemonía comercial y política de los cartagineses.

Las Guerras Púnicas entre romanos y cartagineses ponen fin a la hegemonía cartaginesa en el Mediterráneo. En el año 206 a.n.e. los púnicos fueron expulsados de Iberia por los romanos. A partir de entonces Roma inicia la conquista y colonización de la península, que concluye con el final de las guerras cántabras en el año 19 AC.

Astur-Cantabrian-Wars
Por esa época ya eran conocidos por su calidad y abundante producción los vinos del valle del Ebro hasta la actual Rioja, los de la costa levantina y los de la Bética.

Alcanzaron gran fama los vinos de la región gaditana y de Tarragona.

Sabemos que los pueblos cántabros y astures incluían en su dieta la manteca y la cerveza, las cuales eran sustituidas, ocasionalmente, por el aceite y el vino, considerados artículos de lujo obtenidos mediante trueque o saqueo en los pueblos al sur de la Cordillera Cantábrica. Los romanos, por su parte, y en especial las legiones y asentamientos militares eran grandes consumidores de vino.

En Cantabria quedó asentada la IV legión Macedónica cerca de Valdeolea y Valdeprado. Otras guarniciones militares importantes se establecieron en la ciudad cántabro-romana de Julióbriga y en las actuales San Vicente (Portus Vereasueca), Suances (Portus Blendium), Santander (Portus Victoriae), Castro Urdiales (Flavióbriga), Ongayo (Aunigainum) y Aradillos (Aracillum). A estos asentamientos se les asignaba terrenos colindantes suficientes para asegurar el abastecimiento del ejército (cereales, vino etc.) y pastos para las caballerías.

También sabemos que en las zonas llanas de la costa y en los valles próximos a los puertos se crearon grandes fincas de explotación agrícola y ganadera (Echegaray, 1986).

No han llegado hasta nosotros testimonios o vestigios del cultivo de la vid en Cantabria en la época romana, pero es lógico pensar que, de la misma manera que los romanos cultivaron la vid en otras regiones del norte como fue el caso de Verín y en la actual Coruña, donde se han encontrado restos de un lagar para la elaboración de vino y otros restos vinarios de época romana, también debieron cultivarla en Cantabria.

Posiblemente la difusión del cultivo de la vid fue más intensa a partir de finales del siglo III DC, cuando el emperador Probo derogó el edicto del siglo I establecido por Domiciano por el que se prohibían nuevas plantaciones de vid en todas las provincias del Imperio y la reducción a la mitad de las plantaciones existentes.

De cualquier forma, se puede afirmar que la producción vinícola que, en un principio, se encontraba en la zona costera mediterránea y territorios limítrofes, fue llevada por los romanos al resto de Iberia, incluyendo las regiones del norte peninsular.

En el llamado Bajo Imperio (siglos IV y V DC.) se intensificó la crisis económica y social que había tenido sus primeras manifestaciones a finales del siglo III. La extensión creciente de grandes propiedades territoriales, tanto privadas como imperiales, hizo crecer el malestar entre la población campesina que se veía sometida a fuertes cargas fiscales y a la conversión de los pequeños propietarios en colonos de los latifundistas.

Desde mediados del siglo IV y durante gran parte del V, tuvieron lugar numerosas revueltas campesinas contra los grandes propietarios territoriales y contra el poder imperial que les protegía. Dichas revueltas coincidieron en muchos casos con las invasiones de los pueblos bárbaros. Estos sucesos originaron una gran inestabilidad política y social que, a la larga, acarreó la caída del Imperio Romano de Occidente.

Las destrucciones y saqueos producidos por las sublevaciones campesinas y las invasiones de suevos, vándalos y alanos, crearon una situación caótica que fue aprovechada por cántabros y vascones para proclamar su independencia del dominio romano.
visigodos
La actividad comercial se vio muy afectada en esta zona y muchas de las grandes explotaciones agrícolas fueron abandonadas. Esta situación de práctica independencia de los pueblos del norte abarcó los siglos V y VI, hasta que los visigodos lograron establecer un estado centralizado en Toledo.

El año 574 el rey visigodo Leovigildo atacó y conquistó Cantabria. Vasconia y el reino suevo de Galicia fueron sometidos el 581 y 585, respectivamente. Con la incorporación de Cantabria al reino visigodo, se inicia una nueva etapa de romanización del territorio.

LEO6Los visigodos recuperaron y reorganizaron las antiguas estructuras económicas y administrativas hispanoromanas y procuraron reactivar la producción agraria y los intercambios comerciales Para evangelizar la zona occidental de Cantabria vino desde Palencia el monje Santo Toribio que, con sus seguidores, desarrolló una intensa actividad en Liébana donde funda el cenobio dedicado al culto de San Martín, más tarde conocido con el nombre de Monasterio de Santo Toribio de Liébana.
toribioliebanaLa cristianización de Liébana facilitó la extensión del cultivo de la vid. Las plantaciones de viñas se fueron extendiendo por todos los valles lebaniegos, llegando a ser un elemento importante en la economía comarcal tal como queda de manifiesto en los cartularios y documentos de diferentes monasterios en los siglos posteriores.

Los visigodos elaboraron una abundante legislación para proteger las producciones de cereal, vino y aceite. Así tenemos que una ley dictada por Ervigio establecía la “compensación” por la que las viñas destruidas habían de pagarse a razón de un sueldo de oro por cada seis cepas.

Después de la invasión mulsumana en el año 711, Liébana y la zona de los Picos de Europa se convirtieron en enclaves de resistencia y refugio de elementos hispano-visigodos.

Poblaciones que abandonaron en masa sus ciudades se acogieron al refugio impenetrable de los Picos. Llegaron numerosas comunidades de monjes, clero y obispos. Estas inmigraciones de personas procedentes de la España conquistada por los árabes, se repitieron en diversas ocasiones a lo largo del siglo VIII (Echegaray, 1986).

El aumento demográfico de Liébana en dicho siglo propició la intensificación del cultivo de la vid. Las primeras fuentes escritas que nos dan información sobre el mismo, son los cartularios de los monasterios de Santo Toribio y de Santa María de Piasca. En ellos se encuentran numerosas referencias a donaciones, arriendos, intercambios y ventas de viñedos. Las noticias escritas más antiguas corresponden a la venta de una viña y una tierra en Piasca en el año 822, por un buey de color negro, un carnero y una cantidad de grano y a una donación de “terras, víneas, pomíferas, …” realizada en el año 826 al abad de la iglesia de San Esteban de Mieses.piascaLa gran expansión del cultivo de la vid en los siglos alto medievales, se explica por la nueva situación creada con motivo de la conquista árabe de la mayor parte del territorio peninsular. Las grandes zonas productoras de vino quedaron en la España musulmana y el importante incremento demográfico de los territorios de la zona norte, hizo necesario atender la creciente demanda de los productos más necesarios: los cereales y el vino.
Por estas circunstancias históricas, el trigo y el vino adquirieron muy pronto un alto valor comercial en la España cristiana. Los grandes dominios señoriales y monásticos estimularon el cultivo de la vid y cereales, a la vez que exigían el pago de las rentas en grano y vino, con lo que conseguían una gran capacidad comercial con productos de gran valor económico.
El vino aparece como precio en especie y las viñas como objeto de cambio y venta. Desde el siglo X se observa un interés creciente de los grandes propietarios en incrementar su patrimonio en viñedos. El cultivo de la vid alcanzó gran desarrollo y estaba extendido por todos los valles y villas lebaniegas.
Por las referencias documentales, a partir de mediados del siglo X se constata en Liébana un aumento del consumo propio de una sociedad en crecimiento. En los cartularios y documentos monacales se consigna el aumento de compra de “sernas” con objeto de incrementar las áreas de explotación y se citan numerosas plantaciones de “vineas novellas”. Los documentos señalan también una gran diversidad de cultivos: “terras, vineas, hortos, pomares, …”. Podemos hablar, por lo tanto, de una incipiente “superpoblación” lebaniega que se ve corroborada por el inicio de corrientes migratorias y colonizadoras hacia áreas menos pobladas e incultas (García de Cortazar, 1982).La expansión lebaniega se dirigió hacia el norte y sur de la comarca, principalmente a los valles fluviales y zonas costeras conocidas, en aquel entonces, con los nombres de Asturias de Santillana y Trasmiera. Se estableció una primera comunicación entre el valle del Deva y el valle del Nansa con inicio en el valle de Udías y Toporías.

santajulianaAsí mismo en el siglo X se intensifica el poblamiento de las villas costeras: Suances, Miengo, Liencres, Arce, Castillo o Santoña. En el último tercio de este siglo adquiere gran auge el monasterio de Santa Juliana (Santillana) que ejerce su influencia en un área muy extensa, desde la desembocadura del Deva hasta el Miera. Todo el litoral y valles bajos de las Asturias reciben la influencia colonizadora del monasterio. En este siglo se inicia también la repoblación de Campoo y Valderredible.
Durante los siglos VIII, IX y X el cultivo de la vid tuvo escasa difusión en las Asturias de Santillana y Trasmiera, aunque ya en el año 818 el presbítero Argílego era propietario de “terras, vinnas et pomíferas” en Vernejo y Periedo. En Transmiera, según consta en el cartulario de Oña, con motivo de la fundación del monasterio de San Andrés de la Sía (Valle de Soba) en el año 836, el presbítero Cardello construye casas y planta viñas, huertos y pomares. En el cartulario de Santa María del Puerto se da noticia de la existencia de dicho monasterio en fechas anteriores al año 863 y las escrituras nos hablan de “hórreos, bodegas, lagares, viñas, …”.
Otra referencia del cartulario de Santillana correspondiente al mes de mayo del año 870, dice que el presbítero James dejó en su testamento a las basílicas de Suances animales de distinta especie, casas, hórreos, bodegas, viñas y pomares. En el año 987, el conde castellano García Fernández y su esposa conceden a Santillana varias iglesias que tenían en Golbardo y Carranceja, con sus “heredades, pomares, viñas, casas, hórreos, lagares, cubas, …”
Otros monasterios contribuyeron al desarrollo de la viticultura y la agricultura en las distintas comarcas de las Asturias y Trasmiera. Fueron muy destacadas las colonizaciones de los monasterios de Monte Corbán, de Castañeda, de Santa María del Yermo, de San Vicente y San Cristóbal de Esles, de San Emeterio (Santander), de Santa María de Latas, de Santa María de la Muslera (Guarnizo), de Santa María de Miera, … No obstante, la zona trasmerana tiene un despegue y desarrollo más tardío. Su reactivación recibe un gran impulso a partir del año 1.047 cuando reanuda su actividad el monasterio de Santa María del Puerto en Santoña.
Vemos como en estos siglos (VIII-IXX)  se pone de manifiesto la gran obra colonizadora del monacato. Los monasterios desempeñaron el papel de laboriosas granjas que ponían en cultivo terrenos anteriormente incultos y despoblados: rozaban  montes, desecaban marismas, plantaban viñas, labraban la tierra y criaban ganados El retraso en el despegue y desarrollo de las zonas de las Asturias y Trasmiera con relación a Liébana, tenía sus raíces en la pervivencia y arraigo, al norte de la Cordillera Cantábrica, de una estructura económico-social arcaica, prerromana o cántabra, apenas alterada por la débil incidencia que tuvo la cultura romana. Estas barreras socio-económicas fueron un freno para las poblaciones cristianas y comunidades religiosas que se refugiaron en esas zonas. Encontraron una situación muy poco permeable a los cambios, de manera que la modificación de la cultura originaria fue un proceso mucho más lento que en Liébana, donde la influencia visigoda había modificado en gran manera las estructuras arcaicas.
El auténtico despegue de las Asturias de Santillana y Trasmiera tiene lugar en el siglo XI, cuando los reyes asturleoneses y navarros y, en especial, los condes castellanos sienten la necesidad de potenciar el comercio marítimo que les facilite recursos económicos para consolidar la repoblación y el desarrollo de los nuevos territorios cristianos.
Todas las villas del litoral cantábrico reciben una serie de privilegios reales que favorecen el poblamiento y colonización de los territorios portuarios y valles costeros de las cuencas fluviales.
Desde ahora, el factor marítimo y geográfico orienta una nueva modalidad de colonización inspirada en el comercio marítimo y en el progreso mercantil de las villas costeras.
Durante el reinado de Alfonso VIII (1158-1214) las villas portuarias reciben diferentes fueros y privilegios en los que se detallan varias disposiciones tendentes a favorecer el cultivo de la vid. En marzo de 1163 Alfonso VIII concede a la villa de Castro Urdiales el fuero de Logroño y en julio de 1187 otorga fuero a la villa de Santander. Entre las disposiciones del fuero de Santander cabe destacar la que establece que si los hombres de la villa “roturaren tierras y las labraren en término de tres leguas y plantaren viñas e hicieren huertas y prados y molinos y palomares, háyenlo todo por su heredad y hagan de ello lo que quisieren …”. Otra disposición concedía a todos los hombres de la villa el que pudieran “vender libremente pan, vino y sidra …”
En enero del año 1200, el mismo rey otorgó a la villa de Laredo el fuero de Castro Urdiales y en abril de 1210 concedió a los pobladores de la villa de San Vicente el fuero de San Sebastián. Por su parte, el rey de Navarra, Don García, había otorgado fuero en abril del año 1042 a Santa María del Puerto, hoy Santoña.
Esta serie de fueros y privilegios impulsaron la actividad económica y mercantil de las villas costeras, en especial las llamadas “Cuatro villas de la Costa”: San Vicente, Santander, Laredo y Castro Urdiales. En los territorios de las villas portuarias y zonas aledañas se roturaron fincas y se plantaron viñas. Durante los siglos de la Baja Edad Media (XII-XIII y XIV) la expansión del cultivo de la vid se fue generalizando en todas las comarcas de las Asturias y Trasmiera.
Como consecuencia del intenso comercio marítimo con los países del norte de Europa, adquiere gran importancia la elaboración de vino que, junto a las lanas, cueros y hierro, era objeto de exportación. Para intensificar la producción vinícola santanderina, el rey Alfonso X ordenó por Real Decreto del año 1281 que “los vecinos de Santander no pagasen diezmo del vino de su cosecha que cargaren para llevar afuera del Reino, ni de las mercancías que en cambio de ello trajeren, por lo que el vino valiera”.
Otros reyes favorecieron a las villas costeras con privilegios destinados a incrementar la producción y exportación del vino. Así, Fernando IV, por privilegio del 15 de mayo de 1300, eximía a Castro Urdiales del diezmo del vino que cosechara y vendiera fuera del Reino. Privilegio semejante había sido obtenido por Laredo a mediados del siglo XIII.
Para el cultivo de las viñas en la franja litoral se elegían las tierras más favorables, las protegidas de los vientos del norte y orientadas al sur. Se ponían en emparrados altos y bajos y agrupadas en determinados terrazgos ya que, en la mayoría de las menciones, la viña tiene otra viña como colindante. En una venta de ocho “cuarterones” de viña en el sitio de Río de la Pila en Santander, se señala que lindan al norte con viñas de D. Pedro de Traspuerta, al sur con viñas de Juan del Mazo y al oeste con viñas del Celedón del Mazo.
Los terrazgos diferenciados de viñedo están bien documentados a partir del siglo XIV. Así, por ejemplo la “serna mayor” y la “serna menor” de Santillana eran espacios dedicados exclusivamente al cultivo de vides. Todas las parcelas arrendadas por la Abadía en esas “sernas” eran destinadas a ese cultivo y todas, al ser deslindadas, están rodeadas por hazas de viña. Lo mismo ocurre en Ubiarco y otras localidades, donde se reservan a las viñas un sector del Terrazgo: las “mieres (mieses) de viñas”.
El vino es uno de los bienes económicos que más referencias ofrece en el comercio exterior de los barcos y de las gentes durante los siglos bajo medievales. Como dato curioso tenemos la compra realizada en Southampton, en el año 1237, de 12 toneles de vino procedente de Castro Urdiales para el rey de Inglaterra Enrique III.
La importancia del comercio marítimo del vino queda reflejada en las rentas que las alcabalas dejaban en los puertos de las villas costeras. Estas breves notas históricas nos demuestran que fue la Edad Media la época en la que el cultivo de la vid se extendió y generalizó en todas las comarcas y villas de Cantabria. La excepción se dio únicamente en los valles altos de los cursos fluviales, donde la dinámica poblacional tuvo una incidencia mínima y la dedicación principal estaba orientada a la gestión de sus recursos ganaderos.
A medida que se afianzaba la prosperidad económica de las villas cántabras, gracias al intenso comercio marítimo y a la creciente actividad agrícola y ganadera, se afianzaba, así mismo, la intensificación del cultivo de la vid. Durante los siglos XVI y XVII el viñedo tuvo su período de máxima expansión, pero a partir de la primera mitad del siglo XVIII se inicia una lenta y continua decadencia que persiste hasta bien entrado el siglo XX.
A lo largo de estos siglos se dieron algunos altibajos como fue la crisis del siglo XVI en la villa de Santander, la cual, según un informe del 20 de noviembre de 1524, reduce sensiblemente el cultivo de la vid debido a las repetidas pestes padecidas. Según el informe: …”la villa está despoblada que apenas quedan 150 vecinos e que no hay labradores …”. Sin embargo, el cultivo se recuperó posteriormente y todas las terrazas orientadas al sur en las laderas de los sitios de Miranda, Molnedo, San Simón, San Martín, Arna, Río de la Pila, Altamira y Mies del Valle estaban plantadas de viñas.
Lo mismo ocurría en los lugares de Cueto, Monte, San Román y Peñacastillo, donde predominaban las plantaciones de viñas sobre cualquier otro cultivo. Se hizo famoso el vino de Cueto por su probada calidad.
Son muchos los documentos de esta época los que hacen referencia a la gran difusión que había adquirido el cultivo del viñedo. En un documento de las Cortes de Valladolid del año 1555, los procuradores cántabros manifiestan que: … “en la Merindad de Trasmiera que es de la Montaña, que en los valles de Castañeda y Piélagos hoy se coge mucha cantidad de buenos vinos. y como por la mayor parte de la hazienda y granjería de los habitantes en la dicha Merindad y valles sean viñas, acaece …”.
spinolaComo anécdota curiosa podemos mencionar la llegada inminente al puerto de Santander, el 29 de agosto de 1602, de la escuadra de Federico Spinola. Ante tal eventualidad, reunido de urgencia el Ayuntamiento de Santander toma el siguiente acuerdo: “que por cuanto la mayor granjería de esta villa es y procede de las viñas que en ella y sus términos y jurisdicción hay, y que por estar la uva para madurar, y entrar como dicho día entran en este puerto las galeras de Federico Spinola con muchos soldados y gentes de guerra, y si no se guardasen las dichas viñas se destruirán en gran daño de los vecinos de esta villa, que luego se ordene a los cuatro capitanes de la gente de la villa y vecinos de sus jurisdicción, que cada uno ponga tres soldados de guarda de su compañía para guardar las dichas viñas en cada día y conforme a la costumbre antigua inmemorial que esta villa tiene En el Catálogo del Archivo del Monasterio de Monte Corbán se citan numerosas referencias relacionadas con los viñedos existentes en los siglos XV, XVI y XVII de la jurisdicción de Santander. En algunas comarcas, como Liébana, la expansión del viñedo llegó a ser excesiva y se plantearon litigios entre vecinos. En un documento del año 1678 unos vecinos lebaniegos presentan una querella por la abusiva extensión de los viñedos a costa de las tierras de cereal y pastos y piden que las tierras plantadas de viñas después del año 1632, sean devueltas a su primitiva dedicación. Debido a esta invasión del terrazgo por viñedos, la escasez de grano había provocado que la fanega de trigo, que en los años 30 valía 12 reales, pasara a valer 50 reales en los años 70 de dicho siglo.
De la importancia que había adquirido el cultivo de la vid y la elaboración de vino, nos dan cuenta las Ordenanzas Concejiles y Municipales que en estos siglos se van redactando y actualizando en todas las villas y concejos. En la mayoría de dichas Ordenanzas se dedican varios capítulos con referencias al cultivo de la vid y siempre se dedican uno o varios capítulos a proteger la producción del vino de la tierra o vino patrimonial, impidiendo la competencia de vinos foráneos o extranjeros. Generalmente se establecía que, a partir de mediados de noviembre, no entrara en las villas vino de fuera y que no se vendiera en ellas más vino que el procedente de la cosecha local mientras hubiera existencias del mismo.
Otros capítulos establecen normas para la defensa de las viñas, organización de la vendimia, cuidado de bodegas, etc. Nos aportan mucha información sobre diferentes aspectos y detalles del cultivo de la vid.
Según el investigador Casado Soto (1985), el entorno de las villas costeras durante los siglos XVII y XVIII estaba ocupado por una densa explotación agrícola especializada en los cultivos más especulativos demandados por los núcleos urbanos, por el abastecimiento de armadas y flotas y por la exportación.
Las vides y las huertas disputaban la tierra a los cereales. Un 10 por 100 de las tierras cultivadas estaba ocupado por viñas. El 67% del terrazgo estaba dedicado al cultivo de cereales: escanda y esprilla (especies rústicas de trigo), el mijo, la cebada y el centeno. También se cultivaba algo de lino.
Desde principios del siglo XVII el maíz fue sustituyendo poco a poco al mijo, cereal tradicional de primavera, y redujo el cultivo de la escanda y esprilla, cereales tradicionales de invierno. El 20% del terrazgo se cultivaba de prado para el mantenimiento del ganado de labor y tiro. El 10% se dedicaba al cultivo de viñas y el 3% al de huerta, donde se plantaban los agrios: naranjos, limoneros y limas, cuyos frutos se exportaban al norte de Europa.
El cultivo de la vid en toda la zona litoral costera, en los valles y en la Merindad de Liébana, constituía el segundo cultivo en importancia después de los cereales. El vino obtenido llamado “vino de la tierra” o “vino patrimonial” era un vino ligero y áspero, de “poca espera” que se consumía en el año y que proporcionaba un complemento calórico fundamental y necesario a la magra dieta de los cántabros de entonces. A este respecto, es de señalar que la dieta alimenticia campesina consistía en dos comidas principales al día, el almuerzo y la cena, y se reducía al “pote”, “olla” o “puchero»  con un poco de “borona” o pan de maíz.
La evolución del comercio y de la economía española como consecuencia de la intensa labor colonizadora americana y de la política expansionista a otros territorios europeos, introdujeron cambios importantes y nuevas modalidades para la vida marítima y comercial de las cuatro villas de la costa. Durante los siglos XVI y XVII tuvo gran florecimiento el comercio interior, puesto de manifiesto por la proliferación de ferias y mercados a nivel nacional, destacando las ferias castellanas como la de Medina del Campo y otras. El transporte de mercancías adquirió un relieve considerable; arrieros y trajinantes desplegaron una intensa actividad por todos los caminos y mercados de España.
El comercio exterior recibió un impulso extraordinario gracias a la nueva ruta marítima americana. El centro de esta ruta mercantil de focalizó en Sevilla que, mediante su Casa de Contratación, monopolizaba el intenso intercambio comercial con América y a donde se llevaban todas las mercancías que se exportaban a las Indias.

La_sevilla_del_sigloXVIComo resultado de estos cambios, las diversas comarcas de las Asturias, Trasmiera y Liébana iniciaron una lenta transición de la economía medieval de subsistencia hacia una economía agraria mercantilizada. El cambio se realizó con desigual intensidad en las diferentes zonas de Cantabria, así la zona occidental de las Asturias de Santillana se fue especializando en la cría y reproducción de ganado bovino. Su temprana comunicación con Castilla a través de la “ruta de los foramontanos” facilitó el comercio pecuario, dando respuesta a la fuerte demanda castellana de ganado de tiro y de labor que tuvo lugar en esos siglos. Una demanda que se vio favorecida por la intensificación de las explotaciones agrícolas y el notable aumento de la superficie cultivada. Como señalaba un personaje de la época (Florián de Ocampo): “comenzaron a faltar los montes que todo se rompía en Castilla para sembrar”.
El incremento de los efectivos ganaderos en el territorio comprendido entre las jurisdicciones de Santillana y San Vicente, se realizó en detrimento de las tierras de labor. Paralelamente a esta evolución, el vino fue perdiendo importancia como producto de valor económico, iniciando una lenta decadencia el cultivo de la vid. Ya a principios del siglo XVIII dicha situación se había agudizado en distintas comarcas. En el año 1737, el Ayuntamiento del Valle de Toranzo se reunió en Santiurde para acordar la restauración de las viñas, que casi habían desparecido en su totalidad. Se acordó que cada vecino fuera obligado a plantar un “cuarterón” de viña de tres carros de tierra de 48 pies en cuadro y las viudas medio “cuarterón” y que, si no lo hicieren en el término de 30 días, se les penase con 3.000 maravedís a cada uno. En 1752 las localidades de Prases e Iruz conservaban magníficos parrales, sin embargo, apenas quedaban plantaciones en Corvera, Puente Viesgo, Vargas, Las Presillas y otros lugares del valle.
Un documento ya clásico entre los estudiosos de la agricultura y  de la economía del siglo  XVIII, es el “Catastro de Ensenada”. En sus “Memoriales”, “Respuestas Generales” y “Libro Raíz” se encuentra abundante información sobre la situación del cultivo de la vid en Cantabria en ese siglo. Por ejemplo, en la jurisdicción de Santillana y en los pueblos que actualmente constituyen la comarca de “La Marina”5, los “prados de propiedad” (“cerrados sobre si”) experimentaron a mediados del siglo XVIII un crecimiento espectacular, llegando a ocupar más de la mitad del espacio cultivado.

bodon3La producción de hierba pasó a ser la dedicación básica de los agricultores en cada uno de los lugares de “La Marina”  y en Santillana. En otras comarcas la decadencia del viñedo no fue tan acusada, pero el cultivo de prados de siega fue ganando terreno poco a poco para atender la creciente demanda forrajera de una ganadería en constante expansión.
En la zona de Castañeda, la producción de vino, que había tenido un enorme peso en la Edad Media, fue decayendo a lo largo del siglo XVII hasta ocupar solo un 3 por 100 del espacio cultivado en el siglo XVIII (Sin embargo, aún cuando el viñedo solo ocupa un 3 por 100 de las tierras en cultivo, el vino era todavía el segundo producto en importancia después de los cereales.
El crecimiento de los prados a costa del terrazgo dedicado al cereal y viñedo, es un hecho revelador de las nuevas corrientes productivas que daban protagonismo a la expansión de la ganadería, con especial importancia del bovino de tiro y de trabajo.
Una evolución parecida, aunque por causas diferentes, se dio en la villa de Torrelavega y en otros pueblos del valle del Besaya. También la villa de Santander y los lugares de su jurisdicción se incorporaron a las nuevas corrientes productivas que transformaron radicalmente la ordenación del territorio y la economía agraria de su zona de influencia. Una serie de concesiones reales y otras medidas administrativas potenciaron el puerto de Santander, iniciando una fuerte recuperación de su actividad comercial.
En el año 1749 se inició la apertura del camino de Santander a Reinosa, terminándose en el 1753. La nueva vía facilitó y reactivó la exportación de las lanas castellanas por los puertos de Requejada y Santander. En 1754 se crea el obispado de Santander y al año siguiente se concede a la villa el titulo de ciudad. Pero la concesión que realmente originó un auge extraordinario del puerto santanderino, fue la autorización de 1765 para comerciar con Las Antillas. A partir de entonces se exportaron numerosas mercaderías a los puertos de La Habana, Santo Domingo, Veracruz, Buenos Aires e incluso Lusiana. Entre esas mercancías destacaban los barriles de harina de Castilla, los hierros procedentes de las ferrerías, martinetes y fraguas como rejas de arado, anclas, clavazones, ollas, hachas. Otras mercancías muy exportadas fueron las lanas, el vino, las cervezas o el aceite. También se exportaban jamones de Galicia y toda clase de lienzos y vajilla.

camino_realEl camino de Reinosa pasó a llamarse el “camino de las harinas” por la intensidad que alcanzó el comercio de dicho producto y a su vera se instalaron numerosos molinos harineros y otras industrias.
Como resultado de la prosperidad y actividad comercial, se fueron implantando nuevos cultivos cuyos productos eran demandados por la nueva población urbana y por las tripulaciones de los numerosos navíos que arribaban a los puertos. En el año 1757 la cosecha de chacolí santanderino se acercó a las 6.000 cántaras, pero ya por entonces comenzaron los arranques de cepas y el viñedo fue perdiendo terreno. Un documento de 1785 refleja la decadencia de las vides locales de Santander poniendo de manifiesto que “hacia 1755 los terrenos, especialmente en esta ciudad y lugares de su jurisdicción, producían pan y vino y en el día de hoy se han puesto a todo género de hortalizas, y lo mismo han ejecutado en otras tierras, trasladándolas a prado para el mantenimiento del ganado vacuno que usan y necesitan (los arrieros y trajinantes) para los continuos portes de lanas, trigo, maderas y demás efectos que incesantemente conducen a este puerto”.
El avance de los cultivos de huerta y prados se hizo a costa de las plantaciones de vid y del terrazgo dedicado a cereal. En pocos años, la mayoría de los viñedos que antes ocupaban los terrenos del Río de la Pila, San Simón, Miranda, fueron sustituidos por plantaciones de hortalizas y por prados. Lo mismo ocurrió en los viñedos de Monte, Cueto, San Román y Peñacastillo. A principios del siglo XIX la producción de chacolí en Santander era ya muy escasa y un acuerdo del Ayuntamiento de fecha 11 de noviembre de 1816, establece “no hacer aforo del vino patrimonial, mediante que el presente año no ha habido cosecha”.
En la zona trasmerana la decadencia del viñedo no fue tan acusada, incluso se puede afirmar que en algunas comarcas se llevó a cabo una intensificación de las plantaciones.
Otro tanto puede decirse de la zona lebaniega. Esta evolución diferenciada del viñedo de Trasmiera se debió, en parte, a las características peculiares de la economía desarrollada en la zona. Ya en el siglo XVII se había iniciado una incipiente industrialización basada en la explotación de sus abundantes recursos de mineral de hierro. A lo largo del tiempo se fueron instalando numerosas ferrerías y martinetes que ocuparon a un buen número de obreros .
En Liérganes y en Ríotuerto se instalaron las fábricas de artillería de hierro colado (1622 y 1640). Más tarde, en 1754, se instaló otro horno en La Cavada. En total funcionaban cinco hornos de fusión, dos de reverbero y moderna maquinaría para hacer cañones y balería .

artilleriaLa actividad industrial de las ferrerías en numerosos pueblos y en sus áreas de influencia, no estimuló una especialización ganadera generalizada como ocurrió en las comarcas de las Asturias de Santillana y en la zona de Santander, Torrelavega y valle del Besaya. Por otra parte, las poblaciones de las villas costeras de Santoña, Colindres, Laredo, Castro-Urdiales y otras estaban constituidas en su mayoría por pescadores.
El Catastro de Ensenada registra en el año 1753 la existencia en Laredo de setenta y dos labradores, que también se ejercitaban en la “marinería” y doscientos pescadores. M. Vaquerizo Gil en su estudio sobre las alcabalas de Laredo en el siglo XVI, demuestra que la actividad económica más importante era la pesca, que producía el 50,31 por 100 de las rentas y en segundo lugar se encontraba la compra-venta de vino con el 26,35 por 100 de las rentas.
Los marineros simultaneaban el trabajo en la mar con el cultivo de las tierras de su propiedad y tenían por costumbre plantar tantos “cuarterones” de viña como hijos tenían.
En las declaraciones generales del citado Catastro (1753) se dice: “que los labradores que hay en la villa se ocupan en sus haciendas más de 120 días, y todos los marineros se ejercitan en la labor de sus tierras o en las que tienen arrendadas 100 días y otros ciento en la marinería …”. El vino era muy apreciado entre los pescadores, pues les aportaba las calorías necesarias en sus rudas faenas de la mar. Las tripulaciones que se embarcaban a la “pesca” de la ballena o del bacalao a Terranova, se proveían de abundante vino, agua, legumbres y salazones de carne y de pescado y también de sidra.
La ganadería de esta zona se articuló, pues, de forma complementaria y equilibrada con la agricultura y las actividades pesqueras. No hubo una expansión notable de los prados y el cultivo de la vid siguió siendo importante en la mayoría de los pueblos y, de manera especial, en las villas costeras. Se trataba, por lo tanto, de una economía de base agraria y pesquera, con producción fundamental de cereales y vino, en la que la ganadería constituía un importante apoyo y complemento. No debemos olvidar que en el Antiguo Régimen el autoabastecimiento familiar era la preocupación prioritaria del campesino.
A principios del siglo XIX y como consecuencia de la invasión francesa, los viñedos de varios pueblos de Trasmiera sufrieron los efectos de las acciones de guerra, como ocurrió en Meruelo, donde los soldados de Napoleón talaron “los hermosos viñedos y plantaciones de Solano” . Durante el período de dominación francesa (1808-1818) se abandonaron muchos viñedos y se inició una lenta decadencia del cultivo en gran parte del territorio trasmerano.
Un documento muy utilizado por los investigadores y que nos informa de la situación del cultivo de la vid en Cantabria a medios del siglo XIX, es el “Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus provincias de Ultramar” elaborado por Pascual Madoz y su equipo de colaboradores entre 1.845 y 1.859.
A mediados del siglo XIX, la producción de “chacolí’ o vino patrimonial se limitaba ya a la parte oriental de la provincia y a la comarca de Liébana. No obstante, permanecían algunas plantaciones de cierta importancia en San Vicente de la Barquera, en Castañeda, en Suances y pueblos limítrofes.
En la estadística publicada por la Dirección General de Contribuciones, en el año 1855, se detallan los totales de las superficies dedicadas a los diferentes cultivos en la provincia de Santander.
A mediados del siglo XIX vemos que la superficie de viñedo en Cantabria supone todavía un total de 3.610 ha, pero los informes que sobre la crisis agrícola de finales de siglo emitieron diferentes ayuntamientos, ponen de manifiesto el retroceso de las tierras destinadas a cultivo y un aumento progresivo de los prados La expansión de los prados cultivados evidenciaba la pujanza de una cabaña ganadera cada día más importante y que comenzaba a evolucionar hacia una especialización bovina de leche, producto cada vez más demandado en el mercado gracias al aumento de la población urbana, a la mejora de las comunicaciones y al desarrollo de la industria láctea.
Junto a esta evolución hacia una economía agraria mercantilizada, hicieron su aparición una serie de plagas y enfermedades nuevas que afectaron profundamente al cultivo de la vid. A partir de entonces, la decadencia del viñedo se aceleró de forma imparable.
Durante el año 1846 se detectaron los efectos de una nueva enfermedad en las viñas del palacio de Versalles cerca de París y en 1851 se detectaron en los viñedos del sur de Francia. Se trataba del “oidio”, enfermedad de origen americano que, en pocos años, se propagó a la mayoría de los viñedos europeos. El Agente causante de esta enfermedad es un hongo de la familia Erisifáceos que parasita los tejidos verdes de la vid a lo largo de su ciclo vegetativo. La infección puede desarrollarse entre los 6º – 33º C con un óptimo a 25 ºC, incluso con bajos valores de humedad relativa. El hongo parasita los tejidos penetrando solo en las células epidérmicas, introduciendo “haustorios” dentro de ellas para absorber nutrientes. Su nombre científico es Uncinula necator (Schur) Burr y parasita tanto las hojas como los racimos, pápanos y sarmientos.

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Los síntomas del ataque del oidio se detectan por la presencia de un polvillo grisblanquecino sobre los órganos infectados. Este polvillo está formado por las “conidias” del “micelio” del hongo. La infección del racimo es articularmente grave pues origina cuantiosas pérdidas. Si la infección se produce antes o inmediatamente después de la floración puede originar un pobre cuajado y, por lo tanto, una considerable pérdida de cosecha. Si las uvas se contaminan antes de alcanzar el tamaño definitivo, las células epidérmicas mueren y la piel de las bayas deja de crecer, como la pulpa sigue desarrollándose las bayas se agrietan debido a la presión interna. Estas bayas agrietadas se deshidratan o se pudren y frecuentemente son infectadas por la Brotrytis cinerea. Los vinos obtenidos con uvas infectadas de oidio tienen mal sabor.
En 1854 se detectaron los primeros síntomas del “oidio” en Cantabria. La memoria de 1862 de la Junta de Agricultura, Industria y Comercio de la provincia, reconocía el “carácter gravísimo” que había tomado la epidemia desde los años 1855 y 1856, “pereciendo muchas vides y quedando las demás completamente infecundas”.
Los efectos del “oidio” se pudieron controlar gracias al descubrimiento de Henry Mares en 1860, el cual halló una solución eficaz rociando las viñas con azufre puro. El hallazgo relativamente rápido de una solución al problema del oidio, supuso una recuperación de la producción vinícola. Pero pocos años más tarde aparecieron los síntomas de otra enfermedad desconocida y nueva: el “mildiu”.

También de origen americano, era una enfermedad más deletérea y persistente que el “oidio”. El “mildiu”, denominado científicamente Plasmopara viticola Berl y de Toni, es un hongo de la familia Pernosporáceos íntimamente 

mildiu_002relacionado con las algas (B. Collard). Parasita todos los órganos verdes de la vid, en particular hojas y bayas jóvenes. Los síntomas de la infección mildiu_001se presentan en las hojas como unas manchas amarillentas y aceitosas en el haz, que se corresponden en el envés con una pelusilla blanca. Los ataques fuertes producen una desecación parcial o total de las hojas que, por lo general, caen. Dicha desecación y defoliación disminuyen la acumulación de azúcares en el fruto, afectando a la cantidad y calidad de la cosecha.

Las infecciones del racimo resultan desastrosas. Los ataques de la enfermedad en el período de floración-cuajado pueden ocasionar la destrucción total del racimo. Los síntomas en la floración se manifiestan por un oscurecimiento del “raspón” y el recubrimiento de flores y granos por una pelusilla blanca. Los granos oscurecen, se arrugan y finalmente se secan.

La humedad y, por lo tanto, la lluvia es el principal factor promotor de la infección. Una precipitación de 10 mm y una temperatura mínima de 10 ºC son suficientes para provocar las primeras infecciones.
La temperatura óptima para el desarrollo del hongo es de unos 25 ºC. Se tardó un tiempo en encontrar una solución eficaz, consistente en pulverizar las hojas con una solución de sulfato de cobre, más tarde generalizada con el popular nombre de “caldo bordelés”.
El informe emitido por el ingeniero agrónomo Eduardo de la Sotilla en 18889 , refleja el estado crítico de los viñedos en las zonas de Laredo, Castro-Urdiales y Liébana donde muchos de ellos “son abandonados a causa de la enfermedad que los destruyó”.
La superficie del viñedo había descendido a finales de siglo hasta las 2.200 ha a proximadamente. Según los datos expresados, vemos que entre 1888 y 1906 desaparecieron otras 1.000 ha de viñedo.
La situación se agravó a principios del siglo XX como consecuencia de la invasión de una nueva plaga procedente de América del Norte: la “filoxera”. En Europa se detectó su presencia en unas cepas cultivadas en invernadero en Hammersmith, cerca de Londres, en el año 1863. Pasó a Francia donde fue descubierta en los viñedos de Burdeos por Planchon en el año 1868. La plaga se extendió con rapidez por todos los países europeos y por los viñedos de casi todo el mundo.

filoxeraLa filoxera es un insecto de la familia de los “Afidos”, cuyo nombre científico es Viteus vitifoli. En la vid americana tiene un ciclo biológico muy complejo, presentando algunas diferencias cuando se propaga en la vid europea. Desarrolla varias generaciones de individuos tanto en las hojas como en las raíces (formas “gallícolas” y “radicícolas”).
En la vid europea las formas “gallícolas” no se desarrollan sobre las hojas de las distintas variedades y las formas “radicícolas” se multiplican de modo continuado por “partenogénesis”.
Las lesiones producidas por las filoxeras radicícolas en la vid europea, provocan la formación de numerosos tumores globosos o “tuberosidades” en las raíces, las cuales terminan necrosándose y muriendo. Sin embargo, las vides americanas resisten bien los ataques de la plaga y sus raíces forman muy pocas “tuberosidades”.

Como consecuencia de los tumores formados en las raíces de la Vitis vinifera europea, la planta muere, mientras que las vides americanas quedan indemnes y sobreviven.
En consecuencia, el problema de la filoxera se resolvió, de manera efectiva, injertando las variedades viníferas europeas sobre pies americanos resistentes a la plaga.
La filoxera entró en Cantabria por la comarca lebaniega en 1906 procedente, probablemente, de la provincia de León ya filoxerada desde 1887. Muy rápidamente la plaga se extendió por todos los viñedos destruyendo gran parte de los mismos. El desánimo cundió entre los viticultores y, la mayoría, optó por descepar debido a los altos costes de la reconstrucción con pies americanos. Un informe emitido por el jefe de la Sección Agronómica de Santander en 1906 después de su reconocimiento de las plantaciones de Liébana, estimaba que “ puede darse por atacada la mayoría de los viñedos; pues aunque hay muchos de ellos cuyo aspecto es sano, presentan ya agallas en la cabellera de las raíces”

Posteriormente, en 1909, se calculaban enteramente destruidas 390 hectáreas y afectadas las 820 restantes, todas ellas en Liébana . En la zona costera se daba ya por desaparecido la totalidad del viñedo.

En el estudio realizado por el investigador francés A. Huetz de Lemps sobre el cultivo de la vid en el noroeste de España, con relación a los viñedos de Liébana , se señala que la regresión de la vid en la comarca alcanzó el punto más bajo entre los años 1912-1915 con sólo 53 hectáreas en producción. Los esfuerzos y el empeño de los viticultores leganiegos por reconstruir sus plantaciones consiguieron elevar a 61 hectáreas las existentes en 1922 y a 145 hectáreas en 1933. La recuperación del viñedo lebaniego, el único existente por entonces en Cantabria, continuó después de la contienda civil y en 1943 superaba ya las 221 hectáreas.

 

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