La situación geográfica de la ciudad de Santoña se consideró desde antiguo privilegiada como posición estratégica para impedir el acceso a la bahía.

Sin embargo desde el siglo XVI ya se tenía conciencia de lo mal protegida que estaba la plaza pese a su incomparable situación. Pasaron los siglos XVII y XVIII y Santoña y toda la bahía seguían en la misma situación de desprotección militar, pues aunque hubo planteamiento en varias ocasiones de hacer obras de fortificación, nunca se llevaban a cabo, con gran preocupación de la población civil que veía la facilidad con que su ciudad era invadida y arrasada una y otra vez por la Armada francesa.

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En 1992 se declararon Bien de Interés Cultural con categoría de monumento, los fuertes: del Mazo, San Martín, San Carlos, Batería Alta de San Martín, Batería Baja de Galbanes, este conjunto está declarado como Lugar Cultural.

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En 1635 Francia declaró la guerra a España1 y a partir de esa fecha toda la costa cantábrica sufrió múltiples ataques. En 1639 la Armada francesa al mando del almirante Henri d’Escombleau de Sourdis, arzobispo de Burdeos, llegó a las cercanías de Santoña fondeando algunos barcos junto a la peña de El Fraile mientras las chalupas se adentraban en la bahía en busca de agua dulce. Los españoles apenas contaban con un pequeño número de defensores voluntarios y unas ridículas estructuras militares en San Martín.

La resistencia fue mínima tanto desde el Puntal (en Laredo) como desde el Pasaje (en Santoña). Éste fue el mayor ataque enemigo en la historia de esta villa. A partir de entonces se empezó a renovar el sistema defensivo y en 1689 ya estaban construidos los fuertes de San Martín y San Carlos que protegían la entrada a la bahía.

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Sin embargo el istmo formado por la playa de Berria apenas tenía la defensa de dos baterías llamadas San Miguel y Nuestra Señora, colocadas en sendos promontorios de arena. Tal desamparo dio lugar a la entrada de las tropas francesas que de nuevo lo hicieron en 1719. La expedición anglo-francesa llegó por mar hasta la playa de Berria, cañonearon las débiles baterías que allí se encontraban y, al mando del caballero Quire (o Guiry) penetraron sin encontrar resistencia y llegaron hasta el monte de Santoña, bajando desde allí a la villa y llegando al puerto para cumplir con su cometido que era el de quemar y destruir los navíos en construcción y la madera de reserva, además de hacer botín de todo aquello que tuviera algún valor, entre otras cosas 50 cañones en activo.

A pesar de estos desastres, la plaza de Santoña no se fortificó debidamente, paradójicamente, fueron los propios franceses del ejército de Napoleón los que construyeron por el norte los fuertes llamados Imperial (o de Napoleón) y fuerte del Mazo. Tras el ataque anglo-francés de 1719 se habilitaron en la costa santoñesa algunas baterías, con centinelas permanentes en la batería de San Felipe (al sur del faro del caballo).

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Declarado monumento histórico. Está situado en la falda del monte y suponía la primera barrera para la entrada a la bahía. Su estructura está situada en dos niveles. La parte de abajo está construida con sillares de piedra caliza. Tiene una galería corrida, en forma de ele, con vanos abocinados especialmente pensados para las armas de artillería. Sobre esta parte hay una terraza muy amplia donde se encontraban los cañones. En el nivel superior se conservan todavía algunos edificios rectangulares utilizados para vivienda, uno de ellos probablemente era un polvorín.

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En 1688, el santoñés Juan de Maeda propuso a la Corona reconstruir a su costa el punto militar llamado La Torrecilla para convertirlo en castillo o fuerte. Una vez obtenido el permiso se hicieron las obras y la fortificación pasó a llamarse San Carlos, como homenaje al rey Carlos II. Por su parte el monarca nombró al alcalde del fuerte y a su teniente con el título de castellanos y gobernadores del castillo de San Carlos que ya lo eran también del fuerte de San Martín.

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En 1960, la Junta Central de Acuartelamiento del Ramo de Guerra sacó a subasta el fuerte de San Carlos que fue adquirido por la familia Crespo en abril de 1963. A partir de 1986 comenzó la recuperación de las fortificaciones para el Parque Cultural Monte Buciero del Plan de Excelencia Turística. Unas estaban en manos de particulares y otras adaptadas a viviendas para gente necesitada. La batería del Águila, en el norte, había sido adquirida en octubre de 1964 por Luis Rebolledo López.

Por El Mule

 

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