Puertochico es un rincón de Santander con una gran tradición marinera, por sus muelles y rampas han pasado gran cantidad de personas de toda condición.

Un lugar de personajes característicos que muchas personas contemplaban cuando llegaban del mar con sus capturas, que escuchaban sus voces a la hora de descargar la faena en las rampas de Calín y del Sordo sus famosas tertulias usando sus particulares lenguajes, y esos voceras que se oían hasta en el otro lado de la bahía, debido al «cante» típico de la zona, un tono de voz indispensable para hacerse oir.

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Son las personas que dieron el ambiente a Puertochico, a los que hay que poner nombre para que sepan los más jóvenes que estas personas existieron y algunos existen. Hablar de Puertochico es hablar de ellos. Nombres como  Balaguer, Tonio el Inglés , El Cuquis, Julián el Mudo, Sebio el Rifle, Torropi, Berto Movinque, El Pufo, Fanequilla, Chisco, El Cantarín, el Largo, Raúl, Barril, El Pilis, Nino el Sulero, Tomás Campillo, El Nato, Tonio Pescadito, El Peluca, Chivirisco, El Dientes, Nino el Botero, Calín, etc., estas personas y otras más son parte de la vida de Puertochico que acompañara para siempre el origen de este pequeño puerto pesquero (El Puerto Chico).

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Se denomina Puertochico al barrio de la ciudad de Santander formado por un conjunto de calles en la proximidad de la dársena del mismo nombre. Lo forman principalmente la plaza de Matías Montero, una parte de la calle Hernán Cortés, Castelar, Peña Herbosa, Juan de la Cosa, Bonifaz, Casimiro Sainz y Tetuán. Estas calles fueron en su mayor parte, sede de la antigua población marinera cuando aún no se había trasladado al Barrio Pesquero.

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Los bajos de muchas de las casas de Peña Herbosa, Bonifaz y Tetuán fueron bodegas donde, en otro tiempo, se almacenaban las artes, aparejos y los barriles de raba (cebo para la pesca). A mediados del siglo XIX se proyectaron, los nuevos muelles y la nueva población de Peña Herbosa y se realizaron obras de desmonte en la proximidades de Molnedo. Pero fue la dársena la que dio el nombre a esta popular zona urbana de Santander. Rafael González Echegaray escribió al respecto.

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Puertochico era una dársena construida por la Unión Mercantil, casi cuadrada, abierta al sureste y con dos espigones de pocos metros que la medio cerraban. Ocupaban parte de lo que es hoy la Plaza de Matías Montero y el trozo actual de muelles y rampas junto al surtidor de gasolina.

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Al ser el lugar de atraque y amarre de las embarcaciones pesqueras, gozó de un tipismo que no pasó desapercibido a los artistas y escritores del siglo XX, que como José Gutiérrez Solana o Pancho Cossío, pintaron escenas del desembarco de la pesca y a los rudos marineros, remo al hombro, camino del muelle, donde los pescadores realizaban el trasladado hasta la almotacenía (control de pesos y medidas), inagurada en 1895 y situada en pleno corazón del barrio.

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Puertochico fue la última sede de los raqueros, que desaparecieron a raíz de la Guerra Civil, y fue escenario de tragedias familiares cuando las galernas (La galerna del Sábado de Gloria en Santander) producían la muerte en aquellas tripulaciones de marineros de bajura. En torno a estas calles se instalaron mesones, en los que el plato especial de la casa eran las sardinas asadas o la marmita de bonito.

José Gutiérrez Solana, en La España negra (1920), describía así la vida marinera de este barrio que recordaba de su infancia:

Desde los balcones de mi casa tenia una vista admirable: la terminación del muelle y la gran explanada de Puertochico; se veían entrar y salir los barcos y el ruido de las sirenas llegaba claro y quejumbroso, como si lo tuviera uno al lado. Se veía la enorme animación de Puertochico; las mujeres, con las piernas desnudas, abrumadas por el enorme peso de los capachos llenos de plateadas sardinas, por cuyas rendijas iba escurriendo todavía agua y escamas que se las pegaban al pelo; otras iban cargadas con bonitos azulados y con reflejos metálicos, con las agallas todavía chorreando sangre, enormes y panzudos. Luego cruzaban marineros con trajes pintorescos, las boinas, sus vestiduras de hule y sus enormes botas con suela de madera, que metían mucho ruido en el empedrado, llevando a cuestas las redes llenas de plomos, corchos y los remos de las traineras.

José Gutiérrez Solana. La España negra (1920).

Amós de Escalante dedicó uno de sus poemas (Pragmática del bañista) a los «raqueros» que, en el paredón de «Anaos», se bañaban desnudos, igual que luego hicieron sus sucesores en Puertochico, y sobre los que escibrió Víctor de la Serna, en 1955, un artículo en el diario ABC explicando el origen del término. Pero han sido sobre todo, Gerardo Diego, en Mi Santander, mi cuna, mi palabra (1961), y José del Río Sainz, los que han cantado a Puertochico: «Barcos al socaire de piedra de los arcos», escribía el primero en un poema, y «Pick» veía este puerto marinero como un cuadro de Tellaeche, el lequeitiano, con aquellos vapores de chimeneas de color (pintados por Pancho Cossío), que parecían de juguete, la sirena de la lonja, avisando la llegada de la pesca, ponía una nota de urgencia a este cuadro policromo que completaban las redes reparando las mallas de las artes sentadas sobre el muelle.

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Con el tiempo, Puertochico no perdió la importancia que tuvo antaño y al ser conquistada la ciudad por las fuerzas nacionales se instaló el Gobierno Civil en la casa primera de Castelar, donde estaba el Banco Vitalicio. En 1949, en las escuelas de Peña Herbosa se montó la exposición de «El Avance Montañés». La presencia próxima de la Diputación, del Museo de Prehistoria, de la antigua Estación de Biología Marina y actualmente el Centro Cultural doctor Madrazo, le han dado un carácter de enclave político y cultural que ha sabido mantener.

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En la actualidad ha sido la gente joven la que ha hecho popular esta zona, como lugar de encuentro en los numerosos bares de este conjunto de calles. La conversión de la Diputación Provincial en Regional y del puerto marinero en puerto deportivo, situado junto al Club Marítimo de Santander, ha servido para continuar la tradición de esta zona de la ciudad, punto neurálgico, camino de El Sardinero, que fue, según palabras de José Simón Cabarga, «último reducto de los mareantes». 

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Mi particular homenaje a una zona que me ha visto nacer y crecer y que ha formado mi caracter de manera indisoluble (dado el ambiente marino), una zona que imprime caracter.

El Mule Carajonero (de Puertochico)

Fuente Original Wikipedia. 

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